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Por Andrés Luco.
Probablemente eres de los que piensan que Steve Jobs o Richard Branson nacieron con un gen innovador distinto al resto de las personas. Es cierto que ellos tienen habilidades innovadoras que los hacen diferentes a la mayoría de los ejecutivos, pero parte de ellas proviene del aprendizaje y la práctica frecuente de ciertas conductas.
Lo que distingue a un innovador es su pensamiento asociativo, es decir, su capacidad para hacer conexiones entre distintas áreas del conocimiento. Y esto, todos podemos desarrollarlo fortaleciendo nuestras habilidades de descubrimiento.
Cuestionarse y plantearse preguntas para entender realmente cómo son las cosas, por qué son así y cómo se pueden cambiar, es el punto de partida. El segundo paso es observar con atención el mundo que nos rodea, para hacernos una idea de la realidad y encontrar nuevas formas de hacer las cosas.
También es importante crear redes de contacto para activar nuestras ideas, hablando con personas que puedan ofrecernos visiones distintas. La clave está en explorar constantemente el mundo, para aprender, probar experiencias y poner en práctica nuevas ideas.
Pero ¿qué nos motiva a innovar? Principalmente, el interés por cambiar el mundo. Los líderes en innovación buscan activamente las oportunidades de cambio, por lo que están más abiertos a asumir riesgos, cometer errores y aprender rápidamente de ellos.
Ellos tienen el coraje para innovar, están dispuestos a aceptar el reto del cambio y asumir riesgos para hacerlo realidad.
Sin embargo, la mayoría de las personas no sabe cómo pensar diferente. Esto porque la educación está más enfocada en potenciar habilidades de ejecución y no de descubrimiento.
Para ser un innovador, tenemos que aprender a pensar diferente, en cualquier área y función en que nos desempeñemos, pues la innovación es el principal trabajo de todo líder.
